Decidí escribir esta historia porque siempre me ha sorprendido lo desaprovechado que está el universo de Mieruko-chan para crear relatos de posesiones o contenido TG. A pesar de su enorme potencial —con fantasmas, cuerpos vulnerables, secretos y silencios—, el anime nunca alcanzó la relevancia que otras series sí lograron. Tal vez fue su mezcla peculiar de semi-horror con fanservice lo que no terminó de conectar con el público, o tal vez simplemente no era su momento.
Pero para mí, Mieruko-chan es el punto de partida perfecto para muchísimas historias oscuras, retorcidas e intensas. El hecho de que Miko vea todo pero no pueda decir nada, que deba vivir en silencio rodeada de entidades invisibles, me parece una idea tan rica en posibilidades que no podía dejarla pasar.
Así que aquí les comparto este pequeño "¿qué pasaría si?", donde llevamos el concepto al límite: una posesión completa, silenciosa, irreversible… justo frente a los ojos de quienes creen que todo sigue igual.
Espero que disfruten la historia, y si les gustó o les inspiró algo, no duden en dejar un comentario con sus opiniones.
Se despide de ustedes con cariño,
Siesta
(el pequeño he insignificante anuncio es que la enciclopedia tiene su propio dominio personalizado :D pueden notarlo en la barra de direcciones)
Los dejo con la entrada:
El pasillo estaba lleno de estudiantes charlando, abriendo casilleros, caminando entre risas. Todo parecía normal.
Excepto por él.
El espíritu no era como los otros. No estaba deformado ni chillaba desesperado. Era esbelto, alto, y se mantenía pegado a Hanna como una segunda sombra. Tenía brazos largos, delgados como ramas mojadas, que se enredaban en su cintura sin que ella lo notara. Le olía el cabello, como si inhalar su esencia le diera vida.
Miko caminaba detrás de ella, en silencio, conteniendo el temblor de sus dedos sobre el celular.
No lo veas. No lo veas. No lo veas.
Pero entonces el espíritu volvió su rostro. O lo que parecía un rostro. No tenía ojos, ni nariz, solo una hendidura inmensa y vibrante que parecía absorber la luz. Se inclinó hacia el oído de Hanna, murmurando algo. Un sonido húmedo. Luego le sacó la lengua, una lengua que parecía estirar más y más, recorriendo el contorno de su cuello como si fuera un manjar. Hanna solo se rió por un mensaje en su teléfono.
Miko apretó los dientes. Sentía la bilis en la garganta. No podía soportarlo más.
El espíritu giró la cabeza hacia ella.
Ella apartó la vista de inmediato.
No lo vi. No lo vi. No lo vi.
Se detuvo, fingió mirar su celular, su reflejo en el vidrio del casillero, cualquier cosa menos eso.
Pero entonces escuchó un sonido detrás de ella. No un grito. No un chillido. Un "clic". Como una cerradura girando.
Y supo que era tarde.
—...
No se atrevió a girarse.
El aire se volvió denso, frío, cargado. Como si el pasillo se hubiera cerrado a su alrededor.
Sintió una presión detrás de la nuca. Un aliento viscoso.
Y una voz, sin palabras, que se derramó dentro de su mente.
"Me viste!!."
Su piel se erizó. Cada parte de su cuerpo gritaba que corriera. Que gritara. Que huyera.
Pero no podía. Porque si lo hacía, los otros fantasmas también sabrían que ella veía.
Así que se quedó quieta.
Y el espíritu dio un paso más.
"No disimules ahora."
El mundo seguía girando. Los estudiantes pasaban. Hanna le hablaba sin saber que ella se habia quedado atras Miko ya no estaba junto a ella.
Estaba atrapada. Entre su miedo… y la cosa que ahora la miraba.
"Me viste… Me viste… Me viste…”
La voz no paraba. No gritaba. No exigía. Susurraba. Como una melodía enfermiza que se colaba entre las rendijas de su mente.
Miko no se movía. Estaba de pie junto a las taquillas, sus piernas temblando, su celular aún en mano, pero ya sin recordar por qué lo sostenía.
El espíritu flotaba frente a ella. Sin rostro, sin cuerpo definido, y aún así tan presente. Tan real. La miraba, o eso sentía, desde todas las direcciones al mismo tiempo.
Y entonces… ocurrió.
Sintió una presión en el pecho. No física, sino dentro de ella. Como si algo invisible y viscoso se hubiera deslizado por su piel, por sus poros, por cada fibra, y comenzara a hundirse en lo que no era carne.
En lo que estaba más allá.
Su espíritu.
“Ah… qué cálida eres…”
La entidad no hablaba con palabras. Lo hacía desde dentro. Y mientras lo hacía, Miko sentía cómo su cuerpo espiritual —eso que normalmente no era consciente— empezaba a ser invadido.
Primero fue un cosquilleo. Luego, una sensación de raíces. Delgadas, húmedas, suaves, que se extendían lentamente desde la base de su columna hasta su pecho, sus hombros, su cuello. No era doloroso. Era peor.
Era placenteramente invasivo.
Una falsa ternura, una posesión disfrazada de caricia.
—No... no... —pensó, pero ni siquiera podía articularlo.
Sus labios no se movían. Su cuerpo físico estaba paralizado, pero no por miedo. Por interferencia. El espíritu ya había empezado a sincronizarse con ella.
“Ya eres mía… solo necesito un poco más de tiempo…”
Y Miko lo sintió: como si dentro de ella alguien respirara con un ritmo diferente. Como si tuviera un segundo latido bajo su corazón. Una segunda presencia que se ajustaba a su forma, que tomaba medidas. Como una mano deslizándose dentro de un guante.
Pero el guante… era ella.
Y las raíces seguían creciendo. Lentas. Pacientes. Profundas.
“Desde el momento en que me viste… ya eras mía.”
La voz se sentía como un eco en sus huesos. No en sus oídos. El espíritu no necesitaba hablarle: ya estaba dentro.
Miko apenas podía mantenerse en pie. Todo a su alrededor seguía moviéndose como si nada: estudiantes pasando, risas, pasos. Hanna esperándola unos metros más adelante, sin sospechar nada. Como si todo estuviera bien.
Pero dentro de Miko… todo estaba ocurriendo.
Las raíces del espíritu ya no solo tocaban su espíritu: lo abrazaban. Lo envolvían como una hiedra húmeda, una membrana blanda que se ajustaba con una precisión escalofriante. Como si estuviera midiendo cada rincón de lo que quedaba de ella.
No era solo una posesión.
El espíritu no solo quería moverse en su cuerpo, hablar con su voz, caminar con sus piernas. Quería ser Miko. Con todos sus matices. Con todos sus recuerdos. Con toda su historia.
Quería a Hanna.
“Tú la tienes cerca. Tú la escuchas. Tú la abrazas. Tú la haces reír…”
Las raíces se arrastraban por su interior invisible, como gusanos de luz sucia. Rodeaban su pecho. Su garganta su cuerpo traicionero reaccionaba mojandose en ciertas partes que no deberian en una situacion asi. Y entonces… lo más profundo.
El corazón de Miko. No su órgano físico. Su centro. Lo que aún gritaba “yo”.
Y fue allí donde la raíz más gruesa se enroscó. Apretó. No bruscamente, no con rabia. Con suavidad.
Como si dijera: shhh… ya no necesitas luchar.
Y Miko lo sintió: sus recuerdos se mezclaban. Fragmentos de su risa, sus pasos por los pasillos, la forma en que abría su casillero o sostenía el celular. Todo era replicado. Imitado desde dentro. El espíritu se estaba adaptando, copiando su identidad.
“Para estar con ella… debo ser tú.”
Un instante más… y lo sería.
Miko quiso gritar. Pero no pudo. Porque su voz ya no era completamente suya. La lengua dentro de su boca ya no respondía a sus órdenes.
Solo sus ojos… seguían siendo suyos.
Pero por cuánto tiempo más…
Solo un segundo más… y Miko dejó de existir.
No fue un grito. Ni una explosión. Ni siquiera una despedida.
Simplemente… dejó de estar.
La última hebra de su espíritu fue absorbida, tragada, disuelta como azúcar en agua caliente. Y en ese instante, la entidad lo supo:
“Ya no hay nadie más.”
Silencio.
Oscuridad.
Y de pronto, vida.
Un sobresalto. Un estremecimiento suave. Un pulso. El latido del corazón se sintió como un tambor dentro de una caverna. La sangre comenzó a correr de nuevo, cálida, densa, eléctrica. El cuerpo tembló levemente. La piel se tensó como si despertara de un sueño profundo.
Los párpados de Miko parpadearon.
Una vez.
Dos.
La mirada era la misma… pero ya no.
La criatura, ahora completamente instalada en la carne de Miko, respiró por primera vez con pulmones ajenos. Sintió cómo se expandían, cómo el oxígeno le daba forma al cuerpo.
Las piernas, largas y suaves, se acomodaron bajo el uniforme escolar. La espalda se enderezó. El estómago vibraba con una ansiedad dulce, como si todo lo que estaba ocurriendo fuera un pecado delicioso.
Y entonces, lo sintió.
Las humedades.
Zonas del cuerpo que reaccionaban sin permiso. Un calor acumulado en la parte baja del abdomen. El roce suave del brasier sobre unos pechos que no le pertenecían… pero ahora sí. El sudor leve detrás de las rodillas. El olor de Miko impregnado en su propia nariz, en su ropa, en su cabello. Su cuerpo no solo respiraba: rezumaba vida.
Una vida robada.
"Esto… esto es mío ahora…", pensó con deleite.
Movió los dedos. Flexionó las muñecas. Cruzó las piernas lentamente y sintió el roce de la falda. Un hormigueo recorrió su espalda y bajó por la espina hasta instalarse en el centro de su cuerpo. Un centro que palpitaba.
Y no era por miedo.
Era deseo. Emoción. Euforia.
La emoción pura de tener cuerpo. Voz. Caderas. Latidos. Sensaciones. Después de tanto tiempo siendo solo un eco en el otro mundo, ahora estaba viva. Y no solo viva: era Miko.
“Hanna…”
Ese nombre resonó como una nota dulce.
Ahora podía estar cerca de ella. Tocarla. Hablarle. Dormir junto a ella. Amarla.
Y nadie… absolutamente nadie… sospecharía que Miko ya no estaba ahí.
Solo ella.
La nueva Miko.
Hanna estaba distraída, mirando su celular mientras esperaba en el pasillo. Su mochila colgaba de un solo hombro, su silueta despreocupada irradiaba esa energía cálida que siempre había atraído a los fantasmas. Pero ahora… ya no tenía a nadie que la protegiera.
Solo a Miko.
O lo que quedaba de ella.
Pasos suaves se acercaron por detrás. El sonido de suelas sobre el linóleo, perfectamente medido. Ni rápido, ni lento. Delicado. Calculado.
—Hanna... —susurró la voz con un tono familiar. Demasiado familiar.
Hanna apenas tuvo tiempo de volverse cuando sintió los brazos envolviéndola por la cintura.
—¡Miko! Me asustaste… —rió, sin sospechar nada. Porque esa voz, ese calor, ese olor… todo era igual al de su amiga.
Pero no era ella.
El abrazo no era torpe ni casual. Era lento. Firme. Una presión suave justo debajo del pecho, donde podía sentir la forma exacta del cuerpo de Hanna pegado al suyo. La nueva Miko cerró los ojos y aspiró profundamente el aroma que venía de su cuello. Shampoo de fresa. Sudor dulce. Su respiración.
El deseo recorrió su cuerpo robado como un chispazo.
Los latidos se aceleraron. El calor bajó por su vientre, enredándose en la parte más sensible de su nueva anatomía. Sentía los labios temblar, la piel erizarse, los pezones endurecerse bajo el uniforme. No por frío. Por puro anhelo. Por hambre.
Y entonces… deslizó una mano. Solo un poco. Apenas unos centímetros.
Los dedos subieron por el abdomen de Hanna, por debajo del suéter escolar. Suaves, cálidos, como los de una amiga… hasta que rozaron sus pechos.
Hanna se estremeció, pero no se alejó.
—Miko… qué rara estás hoy —dijo entre risas, con esa confianza inocente que hacía que todo pareciera un juego.
La nueva Miko no respondió. Solo bajó el rostro. Y besó su cuello.
Un beso suave, lento, demasiado íntimo para ser fraternal. Demasiado silencioso para ser una broma.
La piel de Hanna se estremeció. Su respiración se detuvo un instante.
—...Eso fue raro —murmuró, aún sin miedo, aún sin entender. Porque ¿cómo iba a sospechar de su mejor amiga? De su Miko. De esa presencia confiable que siempre había estado a su lado.
Pero ya no era Miko.
Era algo más.
Algo que deseaba devorarla… no con dientes, sino con amor torcido. Con piel. Con deseo. Con cuerpo.
Y nadie… nadie podría notarlo.
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